Yo era uno de esos a los que les parecía aburrido correr, yo era uno de esos que utilizaba tópicos del estilo "correr es de cobardes" y yo era uno de esos que aseguraba que practicaría cualquier deporte menos correr por la calle.
Una noche de diciembre de 2011, después de pelear con toses, vómitos y el stress que generan las bronquitis nocturnas de mis dos pequeñas, decidí salir a correr. Ni corto ni perezoso me puse unos pantalones cortos (en diciembre) camiseta interior, camiseta de algodón, sudadera, chubasquero y unas zapatillas que había comprado en un outlet. Allí iba yo lanzado con mi mejor intención y mis peores pintas, pero al llegar a la primera esquina los pulmones, las piernas y todo mi yo interior dijo basta y deshice el recorrido andando.
Esa experiencia y mi personalidad obsesivo-compulsiva, según Paloma (mi mujer que es psicóloga), hicieron que no me rindiera y continúe saliendo a trotar, las distancias aumentaban al mismo tiempo que las satisfaciones, también comencé a bajar de peso y a encontrar bienestar en todo aquello.
Apenas habían pasado tres meses cuando mi compañera de trabajo, Ana Mateo, me dice que ella y su novio Alvaro van a participar en la Carrera del Agua y me anima a apuntarme. Yo con mas miedo que vergüenza me animo, con triple capa de camisetas y unas mallas que me quedaban anchas, creo que soy la única persona del mundo a la que le pasa eso, me lanzo a por mi primera carrera popular de nada menos que 10k, mi primer objetivo terminarla, mi segundo objetivo terminarla sin andar. Ambos se cumplen y termino encantado con la experiencia, el tiempo aunque era lo de menos 52 minutos. Por desgracia no quedo prueba gráfica del momento.
Justo 364 días después corrí mi primera Maraton en Barcelona pero eso es otra historia.
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